martes, 6 de marzo de 2012

La historia de Eduardo, la historia de muchos otros chicos

Cansado de no saber qué hacer, frustrado, con mi familia dividida, me bebo mi primera sidra. Al tiempo preparaba mezclas. Si no me dejaban ir a bailar, me escapaba. Tengo mi primera novia con relaciones y me peleo. Ahí empiezo a andar mal. Dejo de nadar, que era el deporte que más me gustaba, empiezo a fumar marihuana y bebo cualquier cosa que tenga alcohol.
Vivía sin problemas, bien. En la droga encontraba el sello de lo original y lo distinto. La tenía clara. Además, no le negaba mi manera de ser a nadie porque yo defendía lo que hacía. Salvo en casa, donde una vez me encontraron droga y yo los convencí de que era la última vez. Me echan del colegio por bardo. Conozco el ácido y después la cocaína, la cual se me prende rápidamente. La plata no alcanza, empiezo a robar y ya estoy en cualquiera. Me daba con cualquier cosa y me empecé a sentir asexuado, algo muy raro en mi personalidad. En mi casa ni estaba, mi mamá se daba la cabeza contra la pared, se peleaba con mi viejo, yo qué se...

Vivía estafando a todos los que podía, peleándome y escapando de la policía y de mi realidad. No me paraba nadie, cada vez que iba detenido, zafaba; pero de a poco fuí sufriendo un deterioro. Cuando andaba sin plata, vendía. Por dentro siento miedo, pero no me detiene y me creo indestructible y ganador.
Repito cuarto año y empiezo a trabajar. Dejo la merca, pero no la marihuana y el LSD y menos el alcohol. Pienso en abrirme y hay me siento seguro e incentivado por una novia. Con ella gano confianza. Empiezo a nadar, dejo hasta el cigarrillo, pero el porro no porque me parecía que era sano. Después de algunas recaídas me doy cuente que no quiero más droga, no quiero robar más, no quiero ser más trucho.
Otra novia, algo nuevo. Gano más confianza y ya tengo dos trabajos. Pero después se viene todo abajo. Trabajo, novia, todo. Me engancho con la merca y el alcohol. De esa época recuerdo sólo droga y más droga y que la cabeza ya no razona bien. Siento soledad, angustia, tristeza y siento que no puedo parar, que no sé por qué actúo de esa manera. Vuelvo a robar y ya no me tengo fe hasta que busco ayuda y empiezo a salir.


Fuente: Fundación Manantiales